¿Cuánto te está costando competir en un juego que no es el tuyo?
La trampa silenciosa de la comparación y el arte de volver a ti.
¡Hola, Tribu! 📩
No sé si a ustedes les pasa o les ha pasado, pero a mí antes me ocurría que había momentos en los que me descubría comparándome con otros sin querer. Bastaba un logro ajeno, una historia bien contada, una métrica descontextualizada… Para que algo se moviera por dentro.
A veces no era envidia. Tampoco era ambición. Era solo una sensación difusa de sentir que estaba llegando tarde. Un sentimiento que, sin importar mi situación actual, me hacía pensar que mis esfuerzos no eran suficientes. Era una especie de tensión invisible que se activaba al ver una red social, al cruzarte con alguien que parecía ir más avanzado, o al pensar en quienes ya habían alcanzado lo que tú apenas estabas comenzando a forjar.
Con el tiempo, me di cuenta de que esa incomodidad no siempre venía de lo que yo hacía, sino de dónde estaba poniendo la mirada. Y luego de mucha introspección y lectura, apareció una pregunta que me ayudó a cambiar el foco:
¿Y si lo que te hace sentir rezagado no es tu ritmo, sino la comparación silenciosa que te acompaña?
Porque, sin duda, compararnos es el hábito más tóxico de la mente moderna. Nos desvía del trabajo que tenemos por hacer. Nos hace dudar del progreso genuino porque no se parece al progreso visible de otros. Medimos ingresos, seguidores, viajes, proyectos, cuerpos, relaciones… Todo se convierte en métrica. Y si no estás “brillando”, sientes que te estás quedando atrás.
Pero la verdad es que nadie puede ganar un juego cuyo tablero no entiende ni controla. Y ahí está la trampa: al compararte, usas el mapa de otro para medir tu terreno. Pierdes de vista tu punto de partida, tus batallas invisibles, las decisiones que tomaste con intención. Te desconectas. Te olvidas de ti.
Los estoicos lo veían con claridad y lucidez, como siempre: 'No mires lo que el otro hace, sino lo que tú debes hacer.' Porque solo tú conoces tu historia completa. Solo tú sabes de dónde vienes, qué cargas llevas, qué valores te guían y cuál es el trabajo que realmente importa en tu camino. Todo lo demás es ruido.
No hay paz posible cuando la vara que usas para medirte no es tuya. Porque vivir comparándote con otros es la forma más rápida de perderte de vista.
Y cuando dejas que esa comparación tome el mando, no solo te alejas de ti: también te desorientas por completo. Comparar distorsiona la percepción y envenena el propósito. Te hace desear cosas que no formaban parte de ti y te pone en una carrera que no elegiste: una donde corres por miedo, no por convicción.
Y lo más peligroso es que, incluso si “ganas”, es muy probable que sigas estando insatisfecho. Porque no era tu juego. Nunca lo fue. Era el de alguien más, con reglas que nunca fueron tuyas.
Por eso, en vez de obsesionarte con la velocidad o con lo que otros están logrando, tal vez valga más la pena hacerte estas preguntas:
¿Estoy cumpliendo con lo que me propuse?
¿Estoy creciendo según mis propios principios?
¿Estoy avanzando en lo que realmente me importa?
Esas preguntas solo se pueden responder con honestidad si recuperas el foco. Y para lograrlo, una práctica que me ha servido mucho es lo que llamo mi retrovisor personal. Consiste, simplemente, en detenerme a mirar hacia atrás. Recordar dónde estaba hace cinco años. Qué luchas tenía, qué miedos me paralizaban, qué sueños apenas comenzaban a tomar forma.
Cada vez que hago ese repaso, descubro algo esencial: muchas de las cosas que hoy son parte de mi cotidianidad antes me parecían impensables. Y entonces lo entiendo: subestimamos lo que podemos construir en el largo plazo y sobrestimamos lo que deberíamos tener en el corto. Por eso nos cuesta tanto sostener el proceso. Por eso somos tan duros con nosotros mismos cuando nos comparamos.
“No hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, decía Séneca. Y si vives pendiente de otros barcos, olvidarás tu rumbo.
Así que no se trata de ignorar al mundo, sino de no entregarle el poder de juzgar tu proceso. Se trata de aceptar que tu camino no necesita validación externa para tener sentido. Que tu valor no se define por velocidad ni por aplausos.
Al final, la tranquilidad no viene de ser mejor que otro. Viene de saber que estás siendo fiel a ti mismo y a tus procesos.
Acciones para esta semana:
Haz una limpieza de estímulos: Silencia cuentas que activan la comparación automática. Rodéate de contenidos que te inspiren, no que te roben la calma.
Registra tus avances reales: Cada noche, anota una cosa que hiciste bien. Por pequeña que sea. Es tu evidencia contra la narrativa de “no estás avanzando”.
Pregúntate con honestidad: ¿Esto lo quiero yo o lo estoy deseando porque alguien más lo tiene?
Repite este recordatorio diario: “Mi valor no depende de cuántos me vean, sino de cuán fiel soy a mi camino.”
Cambia el enfoque de competencia a consistencia: No se trata de ir más rápido. Se trata de no desviarte de lo que viniste a construir.
Compararse es humano, pero liberarse de esa trampa es una práctica. Y como toda práctica, requiere conciencia, repetición y mucha compasión. Vuelve a ti. A tu ruta. A tu tiempo. Porque lo que cuenta no es cuánto logras, sino cuánto te alineas con lo que eres. Y eso, nadie puede compararlo. Porque es solo tuyo.
Liberarte del juego de otros no es una fuga, es un regreso. A lo que eres, a lo que quieres, a lo que realmente importa.
Y cuando dejas de compararte, no solo recuperas la calma. Recuperas el timón de tu propia vida.
Porque lo verdaderamente tuyo no necesita aplausos ni aprobación. Solo necesita espacio, constancia y tiempo para florecer a su manera.
Nos leemos pronto,
José Miguel Farías
Me quedo con: "...lo que cuenta no es cuánto logras, sino cuánto te alineas con lo que eres.".
"Porque lo verdaderamente tuyo no necesita aplausos ni aprobación. Solo necesita espacio, constancia y tiempo para florecer a su manera."
Gracias José Miguel.
Hace poco conversaba con amigos sobre "la envidia", en algún lugar leí una pregunta de esas que desencajan, ¿a quién envidias secretamente y qué dice eso de tus valores? Yo no tuve problema en reconocer que me pasa a nivel profesional, mis amigos me señalaron de envidiosa y así me quedé, todos lo condenan como un sentimiento negativo. Y tienen razón, pero desde que me hice esa pregunta: ¿qué valores representa eso para mí?, ¿qué tiene esa persona que secretamente la envidio?, entendí que hay una delgada línea entre compararse con otros y entender que EL OTRO NO SOY YO, así de sencillo.
Cuando me pasa esto, trato de analizar, sin darme demasiado golpe de pecho, qué quiero para mí, si realmente lo necesito y si estoy haciendo algo para lograrlo, así construyo mi propia narrativa y no la de alguien más que quiero para mí. Es mi manera de liberarme de esa trampa.